Jade May Hoey

1974-2004

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17.5.05

I prefer not to

[ uno ]


Sonó el teléfono. Días hay demasiados, pero como éste, de esperar tanto un llamado, una palabra, un recuerdo, son pocos. Tirito, estoy echado a mi suerte y encima el invierno que le gana la batalla a todos los burletes. Será posible que sea justo el Ruso, qué podría querer. Debe andar necesitando algo, yo sabía que más temprano que tarde vendría al pie. Tanta gente hay en mi pasado que es así, viene como un fantasma escapado del medioevo para hacerme planteos absurdos. El hastío son todos ellos juntos, compañeros, socios, novias abandonadas y abandonantes, patrones, publicanos. Todos quieren algo de mí, algo que no tengo y quizá nunca haya tenido, pero es la marca de este tiempo mío: todos corren detrás de algo que no está y yo con los brazos cruzados contra el pecho que todavía late.



[ dos ]


Es mucho el tiempo que pasó sin noticias de él. Demasiado atrás habían quedado las tardes en el Centro Cívico, cuando éramos la fuerza de choque del incipiente partido socialista. Tiempos dulces aquellos, asoleados, sin edredón, sostenidos por unas ganas hacer cosas demasiado grandes para este pueblo que nunca dejó de ser un pañuelo. Unos pocos meses de trabajo y ya habíamos montado una fantasía de contenidos ideológicos que rompía los ojos en panfletos, en la historia que nos inventamos, aquellos domingos peleando a muerte un voto por mesa, siendo los parias de la política partidaria, pero joder!, era nuestro negocio.



[ tres ]


Un día reclutamos a Vanesa. No sé si fue él o fui yo, el caso es que durante muchas rondas de mate competimos por ella con derroche de pasión. Nos peleamos en todos los terrenos posibles, de la valentía Lisandro de la Torre a los lobos de Boris Vian, de los cabezazos de la chancha Rinaldi a las defecciones de Jon Lord, de la cara de Marlon Brando al idioma creado por Xul Solar. Pese a mis bríos de borrego ganaba siempre él. A la erudición no se la derrota con arrebatos de adolescente mal criado, pero aprendí lo que mi padre nunca fue capaz de decirme: el fútbol no es corazón y pases cortos; la literatura tampoco.



[ cuatro ]


El se dedicó a escribir. Por lo que tengo entendido no le va tan mal. Hay otros escritores que hablan de él, y hasta he visto su nombre mezclado entre muchos otros que se proponen como los escribas de la nueva historia. Yo no puedo ocultar una mezcla de sensaciones: por un lado se me hace cuento que alguien lo considere cuando en realidad escribe mucho peor que cuando yo lo conocí, pero es de mucho mérito pelear por un lugar cuando no se tiene con qué. Está claro que hablo sólo de lo literario, porque si hay algo que nunca le faltó fue esa cara de mármol, esa ansiedad por bajarle los dientes a los molinos de viento. Si yo fuera como él seguramente seríamos socios, montaríamos polémicas infundadas y quién sabe si no fingiríamos retarnos a duelo en algún callejón con tal de acaparar la atención de los distraídos.



[ cinco ]


Siempre pensé que lo que nos separó fue una pura cuestión ideológica: fines parecidos, disparidad de medios, pero toda la culpa fue de Vanesa. Ella lo prefirió y a mí no me dio por buscar revancha. A pesar de lo que dice la partida de nacimiento yo soy mucho más viejo que el Ruso y abandoné pronto los ideales libertarios y las prácticas desleales para quedarme con las caderas más codiciadas del movimiento. Yo secretamente la había conquistado, pero algún escrúpulo que no quiero comprender la puso de aquel lado de la vereda. Mejor así, pensé, y me las tomé.
Desaparecí de la vida política del pueblo y él se quedó con todo, hasta con el mote de «el escritor de la ciudad». Jamás me permití el rencor, pero alguna vez me desperté con la idea de evitar llamar a su puerta. Con tipos así no comparto ni una cerveza. Bueno, las caderas más codiciadas del movimiento no figuraban en ninguna cláusula de ese pacto no escrito. De modo que esporádicamente comí de su plato y con mayor razón me llamé a la clandestinidad.



[ seis ]


Dejé de escribir panfletos, pero no viñetas. Tengo unas ochocientas carillas escritas, quizá unas veinte valgan la pena, pero nadie sabe de ellas. No está mal. Me han dicho que el sinvergüenza anda armando una editorial. No me costaría nada mingarle que me publique una docena de relatos, a ver qué pasa. Pero mi equilibrio interno ha inclinado la balanza: prefiero estar lleno de borradores amenazantes antes que deberle favores a Mandinga y a María santísima. Sólo el Ruso podría sospechar que guardo un arsenal en el cajón de mi escritorio. ¿Me llamará por eso? ¿Alguien habrá puesto en evidencia a su mujer adúltera?



[ siete ]


Eh, Ruso, cómo andás, yo ahí nomás, echado a la marea que se empeña en no llevarme a ninguna parte, así que por fin copaste el suplemento de cultura del diario? No esperaba menos de vos, siempre preferiste ser cabeza de ratón, ¿no? Te agradezco mucho las buenas intenciones pero en este momento no estoy en condiciones de aportarte colaboraciones, más te digo: hace años que no me compro un disco de rock. De algún modo he recorrido el camino que habían pronosticado para mí. Probé el tango y por ahora es una decisión inamovible. Por lo demás, vivo lleno de urgencias. Papá que se muere y no me deja tiempo de mostrarle un logro que lo haga feliz. Sí, ni el tiro del final.

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