Jade May Hoey

1974-2004

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20.5.05

bloodmary

[ I ]


Debí cortar abruptamente la comunicación. Tal vez le decía algo que lo esperanzó cuando tuve de nuevo una hemorragia nasal. Se ha prolongado tanto este resfrío que ya me provoca lo que un huésped no deseado: la tentativa de indiferencia derrapa y lo trato con insolencia, como si alguien del otro lado me escuchase y pudiera tomar de inmediato alguna decisión que me conforte. Nada. Bronca y más bronca. Florencia me ha dicho que quizás me sienta presionado por alguna cosa y esa tensión es la que. Pamplinas, ¿presionado yo? Vamos, si me dedico a lo que me gusta y en una cantidad tal que apenas hago tiempo para dormir. Si he dejado atrás los ruinosos años en que no tenía trabajo y para más participo en varios foros comunitarios que me reputan un profesional prestigio y desinteresado. Sí, justo yo.



[ II ]


-Florencia!, dónde estás, carajo. Traeme un pedazo de algodón que me desangro.
Y pensar que el momento previo tiene algo del orgasmo, es como un moco tibio, urgente, que arrasa levemente con lo que encuentra a su paso, un moco que se manda si tocar timbre y a la primera gota que notamos en el espacio exterior se desatan todas las señales de alarma. Instintivamente la mano busca el bolsillo trasero del pantalón. La cabeza hacia atrás y el pañuelo hecho una porquería.
Esos detalles vienen debajo del brazo de un instinto de urbanidad que a duras penas forjamos en los tiempos de arenero y peladas las rodillas. Qué fácil gritar, qué hermoso hacerlo de nuevo.
-Florencia!!!



[ III ]


El leve y tibio torrente se avino sobre el papel más importante, sobre el remanido pañuelo, sobre el puño de la camisa y ante nuestros ojos su majestad, la sangre, lo sublime, en letra de Burke, postraos, bestias. Que me traigan al mejor de los pintores, a ver si de su paleta se cae un color semejante, manga de ladrones.
Inexorablemente la recuerdo, también tibia, también urgente, aficionada aquellos juegos que desataban mi horror, un perro que ladraba, los cuchillos, austeramente oscura, la muerte, nunca entendí que prefiriese el olor de los hospitales, que no se diera vuelta para decirme de nuevo adiós.



[ IV ]


-Demasiado tarde, madre.
-No hay algodón, Jorge, la caja chica de la semana no alcanzó para nada.
-Ya sé, no me digás, tenés razón, la vida es una herida.
Miramos el pañuelo inútil y rompemos a reír. Le quedaría bien sonreír, pero a ella no le fue concedido el don de la moderación, entonces el ser comprensivo que guardamos dentro los animales se contenta con eso, una risa asexuada, ligeramente incómoda, con gusto a cama que se queja.
-Hay que cambiar el foco de la escalera. Ya no entra claridad por los tragaluces, estamos en invierno.
-La escalera también es una herida absurda.



[ V ]


Al invierno habría que cortarle las alas, a María, sugerirle que deje de llamarme, a Florencia, un café.

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