Jade May Hoey

1974-2004

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3.4.05

Educando al Rulo

Cómo le va, doña Carmen. Ya sé que le sorprenderá en grado sumo que me digne a escribirle unas líneas. Bueno, sí, esto es una excepción hija de una circunstancia infausta. No puede ser que el estado habilite líneas de aeronavegación que desprecien el mínimo del confort: ¿qué diría alguien razonable si en vez de pasar película el servicio se rebajara a una modesta función de teatro de títeres?
Y ya que mencionamos el desprecio, fíjese que es de espanto al nivel que ha llegado la educación. Lo extraño del caso es que todo lleva a pensar que las concepciones vigentes responden a un plan silencioso y sistemático, un plan que desprecia por igual a chicos y a grandes, que se regodea en la pobre perfomance intelectual de aquellos a quienes cabría pedirles un poco más.
La raíz del error, o su culminación, según se quiera ver, está en educar a los niños para que sean siempre niños, no estimularlos para que generen su propio pensamiento. En pocas palabras, yo creo que un pibe a temprana edad ya tiene los modelos de pensamiento que lo conducirán el resto de su vida; lo que le falta, es a la vez lo que puede matarlo de sobredosis: la información. En este tiempo de vértigo y polución el remedio es darle un poco más de complejidad que aquella que le esté dado comprender. Es esperable que sea capaz de generar mecanismos que oficien de filtro. No falta tanto para que todo el conocimiento existente esté al alcance de cualquiera. Se trata, entonces, de estar preparado para separar la paja del trigo.
Si quiere llevar el análisis al mundo adulto, no estamos demasiado lejos. El modelo vigente, vehiculizado hasta la náusea por los medios de comunicación masiva, se apoya en la censura. Apoyan toda su artillería en un supuesto fuerte: creen que el público es tonto [mi público no entiende, hay cosas que no puedo darle porque le generan perplejidad, incomodidad o llano desinterés], pero al mismo tiempo no hacen nada por educarlo. Lo prefieren así. De otro modo, peligraría la condición dominante que hoy ejercen a destajo.
Un tipo que afirma sin rubor que el carro va delante del caballo, debería estar condenado a disputar su alimento palmo a palmo con las ratas. Pero no es así: nuestra pampa es tan generosa que puede darse el lujo de darle a las alimañas una importante red de contención: el amiguerío, la portación de apellido, el toma y daca de favores de moralidad dudosa, las relaciones que pueda tener, catapultan a cualquier incompetente al rol de comunicador influyente, formador de opinión, facilitador del pensamiento.
Hay dos posibilidades: la primera es que el tipo padezca, a falta de formación apropiada, de una temprana obsolescencia de su capacidad de pensar. Con franqueza, esa opción me resulta por entero desechable. Ya no quedan ingenuos o, lo que sería lo mismo, encuadra en la segunda opción: hace las veces de sofista profesional, es un aceitado engranaje del aparato de propaganda de la ignorancia.
A mí o a cualquiera de este tiempo, se nos hace cuento que pudo haber una época en que la gente consultara a oráculos. Nuestra imaginación rastrera nos conduce a pensar que detrás de cada piedra parlante había un atorrante que administraba profecías a placer. Sin embargo, es eso lo que pasa hoy con los medios de comunicación. Las masas silenciosas y sus mentores filosóficos han creado la gran mentira de confundir el mundo con la imagen que dan de él en la televisión.
Me acordé de Leibniz. Los peores de la clase le decíamos Láinez, acaso con ese apellido lo sentíamos más tangible, casi un compañero de los cursos superiores. A él se le deben dos grandes cosas: aquella desafortunada sentencia que proclamaba que vivimos en el mejor de los mundos posibles y el desarrollo del cálculo infinitesimal. Si esto fuera una mano de truco, es para gritarle paso y quiero. Con el herramental de cálculo que nos dejó podemos resolver ecuaciones de tres variables y dos incógnitas con relativa facilidad. Claro que para que ese análisis sea útil hay que ser lo suficientemente despierto para saber cuáles son las variables dependientes, y cuál la independiente. Entre nosotros, doña Carmen, el yeite es establecer relaciones de causalidad, qué es necesario, qué es contingente, como en la vida misma. Contra lo que puedan sostener los pensadores de peluquería, el sol determina a la mañana, y no a la inversa, del mismo modo que un país en llamas no deja de serlo porque se clausure el canal de televisión que transmite el fuego en vivo y en directo.
Ah! Acabo de recordar a qué viene esta perorata, doña Carmen. Cuando lo saque a pasear el Rulo, si lo lleva a mirar teatro de títeres, después de la función dígale que a los muñecos hay un tipo que los mueve y los hace hablar. Por favor se lo pido, sino el Rulo corre severos riesgos de ser como esa gente que cree todo lo que pasan en TV y termina temiendo más a Al Qaeda que a O'Globo.
Le mando un cariño.

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