Jade May Hoey

1974-2004

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12.3.05

res non verba

Al redactor de este espacio lo ha tomado por sorpresa marzo. Perspicaz como sólo él puede serlo, previó que llegaría marzo y con el infausto mes decenas de ocupaciones a las que antes no atendía. Ponerse a estudiar seriamente es una de ellas aunque ya no se trata del romanticismo de cumplir con la burocracia de la academia y rendir los últimos y hasta el hartazgo postergados putísimos cuatro exámenes. No podría decir con precisión de qué se trata, pero si la cuestión fuera encontrar una excusa no estaría mal decir que una vez en la vida hay que terminar con lo que se empieza: una novela, un diccionario, una carrera universitaria.
En fin, es evidente que tamaña impostura -me refiero a la de hacerme pasar por un estudiante regular- me ha quitado tiempo para escribir algo que goce del espesor de lo ambiguo, que es lo que a mí me gusta escribir.


Esta semana, por ejemplo, me quedé con las ganas de escribir una nota sobre el caso García Belsunce. Después de ponderar un par de certezas que barajaba de antemano y de requisar las últimas novedades del juicio di con una certeza aún peor que las que tenía: es el crimen perfecto.
Esta vez, a diferencia de los casos más sonados de los últimos tiempos, no es que la negligencia haya dejado correr el tiempo suficiente para que desaparezca toda prueba. Nada de eso. Esta vez el juez, con todos los elementos a mano, decidió que lo mejor era dar marcha atrás, armarse de la suficiente paciencia de esperar que no se oyera nada más de la pobre María Marta en los medios y postergar indefinidamente el trámite que se cae por su propio peso: llegar al juicio oral, es decir, verse todos las caras en un recinto, acusados, pruebas y testigos, y echarle a alguien la culpa de los cinco balazos en la cabeza y después, con algo más de enjundia, desanudar la trama del encubrimiento. Con los personajes involucrados cabía esperar un desenlace espectacular.
El asunto es que el benemérito Carrascosa, marido de la víctima y principal sospechoso, está estrechamente vinculado al cartel de Juárez y sabe dios cuál habrá sido el móvil del crimen, pero es un hecho que en el tribunal se hubiese ventilado su previsible agenda: los hermanos Rohm, Aldo Ducler, el escribano Di Tulio y la pregunta del millón ya no sería quién fue el que gatilló sobre la mujer sino qué funcionarios (qué magistrados, qué empresarios, qué periodistas) están ligados a los negocios de esta hermosa muchachada. Y la duda tonta que yo tengo es, ante esta eventualidad, ¿rodarían por el lodo un par de apellidos importantes? ¿o caerían un par de los narco-gobiernos que nos pisotean ?


Terminar algo, aunque sea modesto, eso es lo que me tiene ocupado, distanciado de los pequeños placeres con los que usurpo mi buhardilla.
En toda la semana no puede leer más que un par de cuentos. Anoche, no sé si a causa de la bebida o sólo del texto que leía, alcancé la instancia del tiritar, una inquietud que me dificultó atraer a las musas del sueño. De algún modo recordé, porque lo sé desde hace mucho, que habría que crear sociedades protectoras de la literatura antes que predicar la filantropía zoológica. Una buena página puede darnos más que la palmada de un amigo. Y que lo diga yo, que cada día que pasa echo de menos algunas voces que ya no logro evocar.
En fin, la academia nos aleja del éxtasis tiene dicho Cioran. Algo de eso hay. Entender algo es amordazarlo, asfixiarlo con la armadura de las palabras, matarlo. El que se sienta a estudiar de la mano de un ignorante es un asesino serial. En eso ando ahora y tristemente bajaré la frecuencia de publicación de las próximas diecisiete semanas (las tengo perfectamente contadas). Pospondré escritos en curso, me haré pasar por un muchacho circunspecto y moderado. Morderé la yugular de mi futuro título nobiliario y, quién lo sabe, y disfrutaré cada bocado de lo que me queda porque, a decir verdad, estoy disfrutando de este nuevo yugo: otro sería el cantar si viviésemos con la certeza de tener una fecha de vencimiento, uno y sólo un examen que superar. En tal caso recorreríamos los pasillos con altivez y perdonaríamos a aquellos que usurpan nuestro tiempo diciendo lo que ya sabemos.


No se hable más.

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