Jade May Hoey

1974-2004

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31.3.05

Los muertos que tú matas...

Tiene razón Massei: no se ha dicho suficiente sobre el incidente que protagonizaron Edgardo Balduccio y el editor (o dueño o capanga) de Los Trabajos Prácticos. En realidad no se ha dicho nada y la historia demuestra que lo que se calla en el momento oportuno da lugar a farsas con apariencia de verdad cuando uno menos se lo espera.
Es repudiable la actitud de este hombre, al que podríamos denominar «el no firmante», ya que ha tenido la precaución de subir sin firma el artículo condenatorio a Balduccio (y que yo sepa esa no suele ser la opción por defecto de los softwares gestores de noticias), lo que le da premeditación al hecho de ocultar la mano que lanza la piedra.
No voy a utilizar el recurso de Piglia de bautizar al contrincante con un nombre literario, aunque estuve mucho rato tentado de hacerlo. En primer lugar, no recuerdo el nombre de este señor, y en segundo, toma mi mente por asalto otro nombre, el de Humberto Bonanata, que también fue amigo de De la Rúa y que también escribió un libro del tenor de «No sé qué le pusieron en el café a mi amigo», en el que resumió la triste gestión del ex Prescindente. Humberto era un personaje patético porque a la par de decirse amigo, no ocultaba que era un caido en desgracia, que contaba la historia del gobierno desde afuera porque a él no lo habían participado. Para más, recuérdese que Humberto era el presidente del bloque radical del concejo deliberante en tiempos en que Fernando era el intendente de los porteños y fue la toma de estado público de un hecho de corrupción lo que lo apartó de la figura de su amigo por ese entonces presidenciable y casi impoluto.
Pero no. Es preferible obviar el recurso de Piglia porque ya fue gastado en una mariconada.
El amigo no firmante desentierra el estratagema chestertoniano de «La espada rota». En ese cuento un general manda al muere a sus hombres para ocultar su propia traición: el mejor lugar para esconder un cadáver es un cementerio, aunque sea preciso poblarlo.
El amigo no firmante se parece a ese general en dos sentidos.
En primer lugar, lo hace al omitir la rúbrica, con lo cual envuelve en la atmósfera hedionda de intolerancia al resto de los colaboradores de ese espacio.
En segundo lugar porque da una serie de excusas bastante infantiles para ocultar el principal motivo de molestia con Balduccio, ergo, que éste encomillara el calificativo democrático usado en relación al gobierno de De la Rúa.
Naturalmente, nadie desconoce que el gobierno de marras fue elegido por una estrepitosa mayoría, pero hay que ser bastante pelotudo para creer que la democracia empieza y termina con un acto electoral, o que el imponerse en un comicio otorgue al candidato favorecido carta blanca para hacer lo que le venga en gana. Ojo, el que suscribe no desconoce que esa idea es la vigente en Estados Unidos, por ejemplo, pero si nos llenamos la jeta con la palabra Constitución, bueno sería saber qué quiere decir democracia.
El poder es del pueblo que, ilusoriamente o no, escoge a sus representantes otorgándoles un mandato, por esa razón el presidente es conocido como primer mandatario. Es el que recibe las órdenes. Un mandato es un contrato, la cesión de una serie de potestades para que el mandatario haga. En derecho privado el que no cumple tiene el deber de indemnizar. En derecho público podemos hablar de gradaciones cuya instancia última es ser «infame traidor a la patria».
El gobierno de De la Rúa, para el que no lo recuerde, fue el que introdujo en nuestro vocabulario cotidiano palabras como «blindaje», «megacanje», «déficit cero». Vayamos un poco más allá. El déficit cero, por ejemplo, se cagó en los compromisos asumidos por el estado hasta en un trece por ciento sin distinguir entre proveedores, empleados, jubilados, becarios, todo para hacer frente a la deuda externa. Hubo más: se ordenó no cumplir con sentencias judiciales con tal de pagarle al Fondo Monetario Internacional. Y vale decir que alguien que le gana un juicio al estado no siempre es un oportunista. A veces es un jubilado de 75 años que pide un reajuste a su haber, o el hijo de alguien que fue olvidado por la salud pública.
Pero el país estaba quebrado o en vías de estarlo. Quizá pueda comprenderse que el proceder, aunque algo errático, resultara extremadamente rudo, que fuera necesario convocar a personajes nefastos para que apagasen la hoguera, que nos invitaran a un último sacrificio patriótico. Todo eso, aun a regañadientes, puede entenderse.
Pero lo cierto es que el contrato suscripto con el pueblo que lo votó estaba roto. En octubre de 2001, al cabo de las elecciones legislativas, el Prescindente se ocupó de aclarar que el gobierno no había sido derrotado. Tenía razón. Al no poder imponerse en las elecciones internas de su propio partido, no había candidatos oficiales. El fraude permitió a Fernando ganar por escasos votos la elección interna de su partido en Recoleta, su barrio; el resto del electorado le dio la espalda.
Pero no bastó con el contrato roto: tuvieron que limpiarse el culo con sus pedazos. Como si fuera un presagio, la primera semana de gobierno quedó marcada por un una salvaje represión en Corrientes que se cobró varias víctimas bajo las balas policiales. No podía ser distinta la última semana: en medio del estado de sitio que decretó Fer, los muertos fueron más de 30, y las fuerzas policiales no se privaron de matar frente a las cámaras de seguridad de un banco. Por esta causa fueron procesados el Presidente, su Ministro del Interior, su Secretario de Seguridad Interior, el Jefe de la Policía Federal. Sin embargo, ninguno purgó una pena por estas muertes.
El amigo no firmante se molestó porque se puso en duda la democraticidad de un gobierno que, de aguantar dos horas más, no hubiese dudado en llamar a los tanques del ejército o clausurar canales de televisión para recuperar por la fuerza la legitimidad perdida por su ineptitud.
El amigo no firmante dice que debemos respetar a nuestros muertos. Claro que sí. En particular cuando es la pólvora del estado la que se vuelve sobre el pueblo.
La democracia es un traje que le queda grande al que no puede tolerar una opinión que no coincide con la suya. La democracia, valga la paradoja, es la que permite que tengan su espacio los cómplices de salvajadas como la expuesta, aunque la ideología que profesan sólo se manifieste en exabruptos como éste, que puso al descubierto la línea editorial del espacio que conduce.
Afortunadamente, actos de censura como el que propicia el amigo no firmante, son sólo derrotas parciales de la democracia. Internet es, al menos por ahora, un espacio lo suficientemente ancho como para seguir intentando pensar diferente.


UPT: remplácese "el no firmante" por un tal Raffo. Parece que a último momento un alumno le puso su nombre a la hoja que aparecía hija de nadie.

Comments on "Los muertos que tú matas..."

 

Blogger Roberto Iza Valdés said ... (4/11/05 17:52) : 

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