Jade May Hoey

1974-2004

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18.3.05

entenderse los fantasmas

Qué puede ser más desgarrador, dice ella, oprimiendo el botón pausa de la cantinela parlanchina a la que me tiene acostumbrado. No sé, no lo entiendo, cuando nos separamos pensaba para mis adentros, que bien me siento, no tengo perdón de dios, lo dejé plantado, no faltaba nada para casarnos, inventé una excusa, algo, que ya no era lo mismo que antes y que necesitaba tiempo, sobre todo tiempo. Pensaba que serían algunas semanas, pero al otro día ya supe, o al menos creí en ese momento, que la cosa era definitiva. No daba para más, me estaba reencontrando con mi yo olvidado en el arcón de la adolescencia, cuando no eran fuerzas inconciliables mi belleza, mis deseos de emprender una carrera universitaria, ser hermana de mis hermanas y sin embargo destacarme en algo, ganarme la preferencia de papá. Pudo ser tan fácil. Vos no tenés la culpa de sentarte ahí y ponerme la oreja, pero de a ratos se me vienen diez años encima, o más, qué sé yo. Pero pasa el tiempo, te gana la rutina. No niego que se van sumando cosas. Trabajar en el estudio desde que sale el sol hasta las cinco de la tarde, pretender estudiar y mantener un novio bien comido a veces se transforma en una tarea de titanes. Tenés la vida, te la dieron, pero hay que hacerla, esa es la realidad, pero si juntás poroto con poroto, te vas dando cuenta que esa vida que vos tenés no es la que te hiciste sino la que a otros le sobraba y con los retazos la vas llevando. Lo que se perdió esta semana acaso lo recuperes en la otra y con un poco de suerte capaz que lo echás al buzón del olvido y todos contentos, a empezar de nuevo la cuenta a partir desde cero. Cero, eso es lo que me siento, un cero fofo que alguna vez fue el recipiente de unas ansias que no cabían en la casita de los viejos y me mudé, me fui con él, pensé que las cosas serían distintas, qué esperanza, pero el día menos pensando y no me preguntes cómo, te ves, con toda las miserias que fuiste recogiendo y aunque hayan pasado sólo un par de años repetidos parece que siempre las cosas han sido así. Mejor patear todo. Al pedo haber soñado que el vestido blanco llegaría en el momento justo, con título universitario y un buen trabajo. De ahí en adelante sí, lo que quieras, cambiar el auto año por medio, pagar una casita linda, o mejor hacerla, en lo posible en las afueras, imaginarte un jardín y dos cachorros que te saluden contentos a la hora del regreso, que todo esté limpio y en su lugar. Uff, mejor ni pensar en eso. Hoy apareció. Se lo veía feliz. Atrás, como su propia sombra, le veía la carita de pena de aquella vez en que le dije que esto se estaba muriendo de muerte natural. Cada palabra que me dijo fue una estocada. Nunca lo había pensado hasta ese instante, pero siempre soñé en que volveríamos. No me mires así. No tengo memoria de ningún otro que no sea él. Los chispazos de los sábados son eso y poco más. No alcanzan para iluminar el camino son apenas una señal de que el resto es noche. En Mendoza las cosas marchan muy bien, casi sentí que estaba contento de no haberme cargado como una maleta más, no era otra cosa en ese momento, pero ahora que me pongo a pensar no era poca cosa el dejar estas calles y aventurarse a algo más ambicioso, algo nuestro. Cuando se le dio lo primero que pensé es que de nada habían valido los esfuerzos anteriores. Qué tontería. Sé que me dirás que todos los tipos son iguales y sé también que en el fondo tenés toda la razón. Te diría más, aun sin saber si piso sobre tierra firme: vos que estás tan bien le llorás la carta a las minas que te han dejado, aunque sea para hacerlas sentir un poco culpables. Por qué no podría ser el revés, ¿no? Que él siga en la lona y tenga el orgullo de esconder la derrota para torturarme a mí. No sé, no creo mucho en nada. De sólo sospechar que lo suyo sea impostura me viene el fantasma y tal vez la impostora fui yo aquella vez, cuando no medí consecuencias. Ay, maldita manía de las lágrimas, venirse cuando ya es demasiado tarde. Estamos de acuerdo.

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