Jade May Hoey

1974-2004

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14.3.05

el cuentagotas del odio

Debo confesar que completar formularios no es mi fuerte. Apenas sé cuál es mi nombre y cuántos años tengo. Los espacios reservados a domicilio, estado civil, ocupación, en fin, cómo decirlo de otro modo, me provocan un escozor.
La semana pasada, para una de las asignaturas que estoy padeciendo por decisión propia, me sometí a uno de ellos. Una de las preguntas era por entero temeraria. Qué es lo que Ud. más desea para su vida. Cuando llegué a ese ítem, no sin algunas dificultades previas, se sabe que la vida en comunidad le impone a uno ciertas normas de corrección política que no es oportuno profanar, o al menos no todas juntas. Baudelaire, creo, fue el que dijo que nuestro odio es un elixir que se nos da en una escasa medida; no es cuestión entonces de derrocharlo en minucias. Pero volviendo a la consigna en cuestión, creo que medité largamente la respuesta. En una primera instancia me fastidio la intromisión. Quién dijo que un estudiante universitario tiene una vida y en tal caso resulta idóneo para pedirle algo a la vida, algo que sea lo suficientemente importante para ser un norte y a la vez caber en un lánguido renglón. Después me dio por pensar que, siendo el cuestionario de alguna utilidad para la cátedra de Administración Financiera, el hecho de mencionar a la guita fuera un fruto que se cae por su propio peso. Continué reflexionando un buen rato, encontré una respuesta más o menos decente y la escribí pero no puedo recordar qué me parecía tan importante en ese momento, qué cuestión que no hiera la sensibilidad de mis profesores y a la vez no les provocara risa. Creo que puse algo que no era demasiado importante porque ya se me ha borrado de la memoria y no percibo la pérdida. Quizá ése sea el problema: no percibo esa pérdida.

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