Jade May Hoey

1974-2004

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29.3.05

del temor a la poesía

Se busca musa. Abstenerse flacas
resentidas travestidos y
envidiosas
Sueldo escaso
noches de amor intenso
y libros como
hijos.
Cristina Peri Rossi

No podré jamás reventar a lectores como sapos. No tengo el don de la poesía. No sirvo para recargar las palabras con nuevos significados. Lo supe cuando leí «libros como hijos». Al leerlo me pareció simpático, pero una maduración posterior, cercana al acto de masticar esas palabras, me recordó que los libros no tienen ese llanto de los bebés cuando salen del vientre y se aferran a la vida de ese modo que sólo a ellos les resulta posible.
He llorado muchas veces después, he visto llorar, he consolado, pero no puede haber lágrimas como las de ella, lágrimas como los jirones de una vida que se apaga. Para mí ya no habrá más lágrimas. Tampoco hijos. Quizá libros. En aquella ocasión sólo mi tono de voz pudo enjugar esas lágrimas. No sé qué dije, apenas conservo la música de mi voz acarreando una serenidad que me venía de otra parte y a un precio muy elevado: el de desgarrarme yo mismo.
En diciembre, antes de salir de viaje, me embriagué de perplejidad ante el Borges que a mí me gusta. Ese que me pedía que recuerde que es la puerta la que elige, no el hombre. Lo entendí en el medio de ese viaje. Mis escuálidos ojos apenas podían ver fragmentos del amanecer en plena meseta patagónica y como en un sobresalto del sueño vi al auto en que iban mis amigos tan queridos dar una serie de tumbos en medio de una polvareda que tuvo el sentido de velar el milagro. Unos cortes, unos rasguños apenas, fueron los que me ratificaron el verso borgesiano. Ya no está ella y sin embargo antes de irse me dejó una llave: Dylan Thomas. Un vaso de whisky y un par de poemas me empujaron a una lengua extraña que no tardó en resultarme familiar. Esas páginas me llevaron a un laberinto lleno de profecías cumplidas y ahora mismo les tengo miedo. Tengo miedo de que la poesía sea la voz de dios. Me aterra pensar que pude haber leído ya qué es lo que me espera cuando abra aquella puerta y aun no haberlo comprendido. Le temo al brillo del puñal bajo la funda.

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