Jade May Hoey

1974-2004

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2.3.05

Anunciación de marzo

Es marzo ya. El año se ha desperezado y encara violentamente hacia la silla donde ha dejado el pantalón lleno de remiendos que usó antes de acostarse, frena su marcha, se dice que alguien con aires de promesa no puede vestirse así, sin más, y es entonces que va al ropero y toma otro pantalón, uno por estrenar, lo mira y resueltamente se enamora de que sea de un negro casi brillante y por un instante reprime el deseo de ponérselo de inmediato. Mejor sería, un baño largo, relajante, un desayuno con toda la pompa americana, total, aquí no hay quien me apure, aunque tal vez valga la pena reservar el primer lugar a la afeitada; en rigor, es vieja la costumbre de afeitarse en ayunas, alguna costumbre burguesa transmitida de generación en generación, ¿será verdad que se reduce al mínimo la chance de terminar herido en la empresa? Lo malo es lo inevitable y no hay modo de impedir que algo comience sin tutearse con el espejo. Es curioso que cuando nos e está en condición de verse a nadie, justamente en ese instante, deba verse cara a cara con uno mismo, una cara con los mismos accidentes, la misma huella que se abre camino y todo para ver que, en el fondo, bien en el fondo, es nada lo que ha cambiado.


Cada vez que llega marzo, entre tantas otras cosas, me digo que es buen tiempo de desempolvar aquellos viejos apuntes en los que erráticamente delineaba historias que se cruzaban, bah, en rigor, eran casi historias que aun no habían llegado a cruzarse. Lo que se cruzaba en el medio de cualquier intento, incluso el más fríamente calculado, era alguno de esos avatares menudos que no tienen mucho que hacer en las vidas ajenas y me vienen a fastidiar justo a mí, que con la fidelidad que sólo se encuentra en el primer auto, arranco con el olor. Y en esos arranques me da por tirar todas las intentonas a la mismísima basura, como si no bastara con la propia tragedia que escribo le añado la mía, corregida y aumentada.
En realidad, temo por la supervivencia de aquellos apuntes. Si aún están por ahí, escondidos de mí mismo, es porque es conmigo con quien quieren quedarse. Los entiendo, yo tampoco me acostumbraría a un destino menor. Aguantarse tantas mudanzas, tantas quemas de apuntes de mi época de estudiante activo, tanto desorden retroalimentado no es para cualquiera


Esta semana, o la anterior, ante la inminencia de marzo, he vuelto a pensar en ellos. Sin quererlo, he depositado en ellos alguna de las pocas fichas que me vienen quedando. Quizá valga la pena dar con ellos y mecanografiarlos, confiar en que el cambio de medio opere una suerte de reescritura y con ello renazca el entusiasmo perdido, el de aquellas noches borrachas que no acababan ni con la imprevista presencia del sol (maldito polizón de mi barco). Qué habrá sido de ellos. Qué será
Quizá los encuentre, los lea, los mecanografíe e incluso me ría de las cosas que puedo escribir cuando estoy enojado, enojado con la vida en general y un par de caprichos insolutos en especial. Puede que me dé por tirarlos de inmediato a la basura o que en ellos encuentre un tesoro, algo que es tan valioso que no merece mostrarse hasta que esté verdaderamente maduro. En ese momento volveré a preguntarme si debo ser yo, puesto en el papel de mi propio juez, quien debe madurar; o son los textos los que deben tomar vuelo propio, dejar de ser aventuras de vuelo bajo y melancólico, escenas de una vida que me ha dejado en banda, aunque sea yo el que se siente victorioso por haberla dejado atrás.

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