Jade May Hoey

1974-2004

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22.2.05

réquiem para un amor deshilachado

Hay amores que existen sólo cuando comienzan a deshilacharse. Claro que hay de los otros, los que se conocen todo el tiempo y acaban con rupturas violentas pero yo, que no soy más que un ignorante, estoy convencido de que si uno se tomara el trabajo de reunir toda la evidencia dispersa siempre daría con el momento en que cobra cuerpo la ruptura. Pero ya situados en el tobogán y ante la inminencia de lo irreversible lo usual es que descartemos cualquier tentativa de analizar la situación. Mucho más práctico es elaborar un duelo sencillo, deshacerse de todo aquello que remita a los tiempos dulces y superado el lapso prudencial, comenzar de nuevo, despacio, como quien no quiere demasiado la cosa.
Hoy me topé con un amor en agonía y en este caso la agonía no es literalmente tal si nos atenemos a su raíz etimológica. En este caso, medie la resistencia que mediare, la suerte está echada y en sentido negativo. ¿Habré podido hacer algo si encaraba la situación desde el vamos? Quién lo sabe. Además de que es en vano llorar sobre la leche derramada no es menos cierto que acabo de detectar este idilio en el preciso momento en que fui notificado de su perentorio desenlace.
La vida a plazos, los rencores mal nacidos, la ausencia de un brillo que me estimule a mostrarme orgulloso de mi emprendimiento, todo ausente! Si hasta da toda la impresión de ser ésta una de esas redadas mortales que el destino nos pone delante sólo para avisarnos que no queda demasiado y que mejor es dejarse de chillar y hacer de cada desayuno una ceremonia y de cada telaraña en la pared una liturgia de la higiene antes que un insulto contra nadie, que para colmo se remata con el la sensación del pegote entre los dedos y no hay agua que lo quite.
Sí, llegado el caso ha de ser preferible un amor que redondamente se quiebre como un peroné hecho y derecho, que aflore el hueso sobre la piel y la sangre se desparrame aquí y allá, cualquier cosa antes que esto, que es una tristeza sin funeral, un comentario al pasar, dicho al oído, señor Mayer tenga a bien recordar que al cabo de quince días se le vence el período de su contrato de alquiler y deberá presentarse en nuestras oficinas sitas en el céntrico edificio que es de su conocimiento, munido de la adición de la mensualidad y la correspondiente garantía. Así no hay luto que valga. Estar sobre aviso de lo inexorable es casi lo mismo que enterarse de que uno se ha ganado un premio cuando los que organizaron la rifa han sido devastados por un tsunami o por la devaluación del peso.
Inútil, eso es lo que me digo, inútil ensañarme de este modo que lo estoy haciendo contra algo que no tiene remedio, pero lo que más rabia da es que pude haberme enterado antes y en tal circunstancia hubiera lucido un amor aun no querido como se merece. Más aun, estaría a tiempo si la herida no fuese tan evidente, tanto que cualquiera que me cruza por la calle me dispara un comentario malévolo o una mirada hiriente. Si la herida fuera, cómo decirlo, lateral, reservada a mi intimidad, lo sobrellevaría de otra manera, con un poco de hidalguía o disimulo, por ponerle un nombre.
Pudor, qué palabra ella, tan terminante que en la boca de cualquiera me causa un escalofrío, pudor es lo que tengo de mostrarme así, al cabo el herido soy yo, no ya por tener que hacerme a la idea de que se impone un remplazo a realizar en breve, sin el suficiente tiempo de ponderar virtudes y efectos colaterales, bondades y costos asociados.
A tantas partes hemos ido juntos que el común de la gente que me ha incorporado a su círculo ya nos consideraba el uno para el otro, casi uno, casi el otro, y pobre de mí en no haberme dado cuenta a tiempo de separar unos pesos para comprarme otro pantalón, igualmente discreto, que vaya con zapatos marrones o negros, de día y de noche, de civil o en caso de emergencias.

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