Jade May Hoey

1974-2004

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20.2.05

apunte de arqueología urbana

Las ciudades, estos enormes seres apenas animados que cabalgamos, no son muy distintas a nosotros. También revelan su verdadero rostro cuando creen que nadie las ve. En esas pequeñas respiraciones prescinden de afeites y emperifolles y llanamente son su osamenta, vómito en la almohada del borracho y sal de lágrima de novia abandonada.
Los rincones de mi ciudad cobijan los residuos de una sociedad que se ha extinguido. También son residuos los transeúntes, el barullo de los autos, la mirada perdida de alguien que busca su destino con premura, las bolsas que se apoderan de la mano que las columpia y yo que les escapo.
Mi tarea de arqueólogo urbano suele dejarme en la boca un gusto amargo y no pierdo tiempo en prevenirme de él: de todos modos hará su tarea y cuando menos me lo espere.
De nuestros próceres el mayor apologista del progreso fue Sarmiento. Como una ironía del destino su calle en esta ciudad es un inventario de almas en pena. Exagero. Muchas otras calles (me atrevería a decir que casi todas) conservan un retazo marchito de los nombres que han sido alguna vez nuestra esperanza. Por qué ellas habrían de tener una realidad distinta que nosotros que no nos atrevemos a tirar a la basura nuestras viejas agendas, pobladas casi por completo de palabras que ya carecen de todo sentido, de nombres que han perdido su rostro, de números de teléfono que anteayer se ofrecían como la luz salvadora y ahora son cinco cifras inútiles.
En la calle Sarmiento me he topado, sin pretenderlo, con uno de los símbolos de nuestra decadencia: un apellido, un cargo electivo, una consigna de campaña proselitista, un año, 1983. Allí la leyenda política que agoniza en la descascarada piel de lo que fue un galpón y hoy es la medianera de otro abandono.
No tengo dudas: estaba allí sólo para mí, para que yo mastique un poco de rencor viendo que el apellido, francés para mayor abundamiento, sigue relacionado con las arenas públicas, como si no hubiese bastado la olímpica derrota de aquel octubre. En su boca resuenan las mismas palabras que entonces: renovación, refundación y varias otras por el estilo.
¿Es que tan pobres somos? Nuestra capacidad de olvidar ha logrado lo que no la impertinencia del sol, la convicción de la lluvia, el estoicismo del viento: la pared descascarada es una postal, mejor una película, que hemos resuelto no volver a ver.

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