Jade May Hoey

1974-2004

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6.11.04

rectius

Hoy recibí una carta de alguien que me preguntaba en qué idioma escribo y me dio un poco de trabajo elaborar una respuesta que fuera un poco más legible que los textos que voy dejando aquí mismo.
Inevitablemente tuve que apelar a mi memoria para hacer un rápido inventario de las fuentes de las que me he alimentado para comprobar, con un dejo de nostalgia que nunca está demás, que cada giro que tengo incorporado es culpa de algún periodo de mi vida que me empeño en no cerrar, como si fuera posible vivir en una casa que tiene abiertas las ventanas sin temor de que el polvillo del afuera haga suyos el piso, los muebles, las paredes hasta que la casa quede hecha, en un momento que todavía no ha llegado, la viva suciedad.
Por otro lado está la búsqueda interminable del propio registro, que a su vez está hecho de las muchas voces que hablan en mi oído. Probablemente sea como decía el viejo Filloy: el que escribe no está bien de la cabeza, tiene dentro de sí un manicomio completo. En tal caso no debiera causar sorpresa que la convivencia entre los internos sea tumultuosa vista desde cerca pero acaso si fuese capaz de tomar un poco de distancia respecto de ese corpus entendería yo, entendería el que lee, que todo forma parte de una armonía que la inmediatez no permite observar.
Me gusta que los caminos se bifurquen pero a menudo caigo en las trampas que voy tendiendo y me da por meterme a inventar palabras o a enredar una gramática que podría ser bien simple y directa pero también sospecho que sin esos enredos la trampa perduraría impávida: todo cambia de sentido, incluso lo sencillo, a poco que el texto baje de temperatura, cuando el mero paso del tiempo hace su trabajo. Pero esto que digo también me resulta sospechoso. Tanto como que siento que me poseen algunos demonios que me hacen decir cosas que no quiero en una lengua que ni yo entiendo.
Disculpen las molestias.

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