Jade May Hoey

1974-2004

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19.11.04

La decadencia de la familia en Nubes Bajas

Nubes Bajas es uno de esos lugares pensados para el éxodo. Quien llega lo hace con la esperanza de poder marcharse a la primera de cambio, en cuantito se combinen un par de episodios afortunados que pongan al viento del lado de la popa. Nadie viene a quedarse y el que viene a quedarse se encarga de ocultarlo prolijamente.
El doctor Della Savia decía que dio con el pueblo durante unas vacaciones. A mitad de camino entre la vida civilizada y la mera vida resultaba imposible no chocar contra un pueblo cortado en dos por la ruta que une los dos extremos habitables del continente. El asma de su esposa lo había sentenciado a dejar la capital en busca de lugares menos húmedos, menos asfixiantes.
Uno de los muchachos de la estación de servicio le dio un poco de charla y cuando supo que estaba conversando con un médico no sabía si dar un salto de alegría o llamar a la policía para que lo detengan y lo encarcelen en el puesto sanitario.
Los médicos, que no son tan tontos como yo quisiera que fueran, saben que se asientan en un pueblo y al par de años son próceres que provocan en el populacho la misma devoción que los hechiceros en las tribus. Tal vez en el doctor recordó esa máxima que había oído tiempo atrás en los corredores de la Facultad en los tiempos que no era calvo y conservaba los aires del soltero codiciado.
El error eligió por él, o la tentación, o el puntapié de su señora. Lo cierto es que en el mes de marzo, entre los vítores de un grupo de colegiales, el olor a humo del un asado gigantesco llegó el camión de mudanzas y el doctor cambió el departamento de dos ambientes por una casita céntrica, con techo de tejas.
El clima acabó por sanar a su esposa. No se me ocurre que haya acaecido ningún milagro: sólo se escapó un poco del barullo. Los mellizos hicieron el resto. Fue una pena que crecieran y se mezclarán con los pibes del pueblo. Ella no pudo hacer lo mismo. La gente no era como ella y la soledad se le abalanzó como un sátiro en el medio de la noche.
El doctor empezó a participar activamente en la política. En un principio no era muy redituable y sólo le quitaba tiempo. Pronto supo que el rédito era ése: cuanto más lejos de la casa, menos reñir con su cada vez más iracunda esposa.
Me cuentan que ha ganado las elecciones por un margen estrecho y ya se calzó la banda de intendente y no le queda mal.

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