Jade May Hoey

1974-2004

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19.11.04

Aquellos eran domingos/2


Recién cuando doblamos la esquina alcancé a notar que nadie nos seguía, que todo había sido una fantasía. Un temor se había apoderado de nosotros por la tontería de desafiar a la verdad intentando una segunda lectura. Estaba claro que allí ya no volveríamos, que nadie nos había echado, que probablemente lo peor del caso fuese que dios fue un capitán que abandonó el barco y dejó el resto de la tripulación a la deriva.
Como quiera que fuesen las cosas, el tobillo pedía una tregua y el bar de Tomasito estaba ahí, abierto y sin ningún parroquiano a la vista.
Nos sentamos en una de las mesas que hubiesen entorpecido el andar de los paseanderos pero era domingo, el sol picaba en la cara y no andaba ni un alma.
Aun sin que ninguno de los dos promoviera el silencio a ambos lados de la mesa se notaba la amputación de un pedazo de vida, de la ceremonia de dos forasteros que a esas horas no tenían mucho a donde ir. Entonces la tarea tácita era buscarnos otro plan.
En apenas un puñado de domingos comprendimos que había un reloj ciudadano que daba las doce y cuarto cuando frente a nuestra iglesia pasaba el contador Mendoza en su impecable peugeot verde. Alguna vez lo seguimos hasta el Patio de brasas. Allí ya tenían preparado su pollito al espiedo. Enfrente el sanjuanino le acercaba a la ventanilla el Clarín y el Corriere de la Sera. El primero era un capricho de su mujer, el segundo venía a satisfacer la necesidad de adoptar el estado nobiliario propio de los que manejan dos lenguas. El negro, yo, y los otros pocos que conocían la historia que el contador pretendía ocultar nos retorcíamos de risa con sus alardes. Claro que dentro de todo éramos pocos y él era un socio de la alta sociedad, un convidado de piedra en el supremo tribunal de las cuentas provinciales, otro docto en el arte de embaucar, así que nuestro placer era clandestino.
-Hay biografías que caben en una cartilla de comidas. Si querés podés agregarle la columna de los precios, pero ese no es un dato relevante y ojo que no es tan importante el contenido como la sucesión. Yo renuncié a escribirlas el día en que me supe incapaz de reproducir el vientito ese que hacen las hojas cuando las vas pasando.
El Negro de a ratos es maravillosamente agudo. Su defecto es que dosifica sus balas. Conserva la de plata para cuando sea estrictamente necesario utilizarla en defensa propia.

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