Jade May Hoey

1974-2004

Powered by Blogger


Locations of visitors to this page

16.11.04

aquellos eran domingos

He sido de esos que iban a misa, si no todos los domingos, aquellos en que la culpa de los católicos se hace potente y empuja a ponerse la ropa de salir y a peinarse con una dedicación que en mi caso siempre resultaba escasa. Claro, en aquellos tiempos no me había precipitado a la ilustración y era un tipo correcto, con todas las implicancias nocivas de la corrección.
Pronto crecí y al hacerme grande me dio por la traición. Entiendo que ese ha sido el modo en que el creador me ha hecho saber que ya no estaba para cosas pequeñitas. Mejor hubiera sido ser alto, de espaldas anchas y ya que estamos esbelto y vigoroso, pero nada de eso pasó conmigo así que debí conformarme con la evidencia de que ser grande es pensar mucho en uno y echarle tierra a la cortesía cuando no espera algo a cambio.
Tenía más de veinte años cuando volví a ir a la iglesia. Iba con un amigo a la misa de las once y media de la mañana. La elección no era caprichosa: a las ocho sólo estaban unas viejitas muy devotas que le daban el toque telúrico a la escenografía. La tarde del domingo es culposa por definición así que el aditamento de la liturgia la convertía en un peligro.
El anzuelo era darle el besito de la paz a chicas en edad de merecer algo más que la misa de once y media. El ambiente no resultaba el más propicio para el liso y llano levante, los silencios eran demasiado pronunciados y las canciones interminables. Así que no fueron tantos los domingos como para convertirme en un católico irredimible.
Pero ahora que recuerdo las canciones caigo en la cuenta de que ya en aquel entonces me perseguían las obsesiones de hoy. Las canciones no se distinguían demasiado entre sí, total para qué, si eran todas para alabar al diosito de los cielos. La falta de creatividad en título y letra las condenó a ser un numerito, el de la página del libro que dormía sobre los asientos cuando no era misa.
Una señora bien que oficiaba de maestro de ceremonias aprovechaba los silencios del cura para decir a voz en cuello, por ejemplo, diecinueve! y la concurrencia arrancaba solita con la solicitada:
Esta es la luz de cristo, yo la haré brillar.
Yo creo que a mi amigo y a mí ya nos tenían catalogados de infiltrados. No sabíamos las oraciones y se notaba, nos sentábamos en el momento que no correspondía y nos reíamos de la pilcha de las viejas pitucas. Pero el último domingo no pasó nada de eso.
La bastonera exclamó: treinta y cuatro!, y desde el fondo del templo se oyó la voz de mi amigo gritando bingo. Bajamos los escalones de cinco en cinco para que no nos agarren los oficiales de seguridad y nos hagan saber qué carajo es la Gehena. Yo trastabillé y tuve que hacer un par de cuadras al galope con un tobillo torcido. Cómo olvidarme.

Comments on "aquellos eran domingos"

 

post a comment