Jade May Hoey

1974-2004

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20.11.04

Alba y ocaso en Nubes Bajas

En cierta forma cada uno de los exiliados éramos las partes rrotas de un monstruo que había salido de su cueva para no volver.
La ocasión para cortar los lazos era alrededor de los dieciocho años, justo un momento antes de archivar para siempre la absoluta adolescencia. La esperanza de superar el destino menor que en desgracia había tocado a nuestros padres era a la universidad, convertirnos en personas graves, posiblemente doctores.
Uno de nosotros, Germán, se fue a mendoza detrás de un par de quimeras parecidas a las nuestras: las hilachas de un amor imposible y la promesa de plasmar el orgullo paterno en una graducación en una carrera de las grandes, pero las quimeras fueron granos de sal en el agua y pronto debió procurarse el resarcimiento en algún suburbio de la metrópoli cuyana y refugiarse en la súbita aparición de una nueva e impostergable vocación.
Ana, una de nuestras chicas, recibió el llamado del lugar que la vio nacer, otro suburbio, más próximo al río de la plata pero mucho menos glamoroso que mendoza. Cuando se despidió de Nubes bajas se procuró el olvido de una historieta de amor plagada de reconciliaciones. Chau Nubes, chau turco Salman, hola nostalgia de pueblito amado y perdido para siempre.
Se encontraron en alguna de esas vacaciones en común que nos inventábamos por ese capricho de excavar aquello que se ha comido la tierra, por tapar el sol con un dedo y decirnos que aun estábamos a tiempo de todo y que pronto algo nos juntaría de nuevo y esa vez sería la definitiva. Puras mentiras. Mentiras puras. Irse es para siempre y apenas si nos quedaba en común una memoria perecedera.
No me consta, pero es casi seguro que se habrán mirado con ojos irritados por la picazón del lagrimal y la vidriosidad de la mucha cerveza, como si se hubieran deseado desde siempre y toda la vida anterior no fuera más que una mera dilación propia de los cobardes que ya no eran: nadie volvió a verlos separados durante lo que duró esa semana que acabó en un domingo con el gusto salado de las vacaciones con fecha de vencimiento en una parada de colectivos chica para semejante cuadro.
El siguió enredado en su telaraña de mentiras a si mismo, creándose vocaciones que duraban lo que tardaba en armarse de una nueva excusa, casi a razón de una por cuartrimestre. Ella pasaba temas de Aretha Franklin y leía sus poemas para él en una radio de Vicente Lopez de esas que con un poco de suerte logran alcance barrial. Sus compañeros premiaban con elogio su desmedida inspiración y ella soñaba con que la modesta antena marcaba el camino a las palomas hasta allí donde su amado.
Al cabo de unos años se habían querido tanto ya que no les quedó otra alternativa que no fuera casarse y así lo hicieron en una ceremonia que en lo único que gambeteaba a la austeridad era en cantidad de ausencias. El padre de Ana les levantó un par de piecitas arriba de su propia casa porque los novios entre viaje y viaje no habían alcanzado a juntar una sola moneda.
Tuvieron un nene. Lo llamaron Federico, como García Lorca, como Chopin, como los atorrantes nombramos a los policías de la federal. Me cuentan que nunca han sido felices como antes en que se querían a distancia y a plazos. Es que hay amores que son peces de un río hecho de visitas breves y cartas lloradas cuando la inspiración marcha viento en popa.

Comments on "Alba y ocaso en Nubes Bajas"

 

Blogger Roberto Iza Valdés said ... (4/11/05 17:50) : 

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Blogger Roberto Iza Valdés said ... (25/9/07 17:54) : 

Este comentario ha sido eliminado por el autor.

 

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