Jade May Hoey

1974-2004

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17.10.04

decadescriptum

La historia me ha poseído por completo. Me urge contarla, anotar cada detalle, detenerme en cada pliegue el tiempo que sea necesario para encontrar la pincelada justa que remita la sensación del lector a lo que sólo yo he sido capaz de sentir. Sin embargo al mismo tiempo estoy sumergido en una debilidad temeraria. El miedo ha invadido cada rincón de mi vida como no supe ni cuando niño. La escalera de cada mañana me muestra sus filosos escalones con un tono amenazante y siento que viene llegando el momento en que me rasga la camisa, la piel y roe el hueso. Ni siquiera cuando supero ese escollo me siento a salvo. Me espera la puerta y para franquearla es necesario apelar a la llave. Nunca ha sido buena mi relación con ella. Más de una vez he querido torcer su voluntad con alguna violencia y me he quedado afuera, preferentemente en alguna noche de lluvia con aullido de lobos en las cercanías de la plaza del centenario. Pero apenas tanteo el llavero la siento extraña y apenas la miro en su brillo la sé espada y temo que vuelva hacia mí y se hinque en mi bajo vientre y que mis vísceras queden desnudas y encima tan temprano. Ya en la calle les temo a los autos. La histeria de sus bocinazos puedo adivinarla en los pasos apurados de la gente cuando cruza la calle, porque mis oídos no me dan noticia alguna del peligro. Me convendría estar preparado para precipitarme a la vereda llegado el caso, pero lo que me queda de piernas no colabora mucho que digamos. Las várices se han hinchado de modo tal que ya no puedo permitirme esfuerzos adolescentes. De manera que suelo refugiarme en mi casa tras la cortina de una música sin estridencias, que calme un poco el vértigo de la sangre que pretende escribir ella misma la historia. Así como lo leen. Lo único que me conforta es sentarme a escribir con la tinta que mana suavemente de mis dedos hasta agotarme. Y dormir.

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