Jade May Hoey

1974-2004

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10.3.06

Ultimas de Trelew

Para ayd con abrazucho
A mis amigos en renovada nostalgia

Nadie en realidad sabe cuánto me ha costado reunir en esta carpeta las partículas de mí que me han mandado conseguir para concederme la bendición de una puerta abierta que es un nuevo número de matrícula cosida a mi apellido y nombres ya gastados en otras aulas.

Fotocopia del documento de identidad, incluye foto vieja con el pelo corto y la cara brillosa recién afeitada y último domicilio declarado, es decir 28 de julio 1142, a 30 cuadras de mi actual buhardilla; dos foto carné apenas decentes por culpa de la señorita rubicunda que se arrepentía de cada intento y se acercaba a mí, al otro lado de la cámara, para corregir la dirección del cuello de la camisa o la postura de la columna o la conducta rebelde del último mechón del que puedo sentirme orgulloso; un certificado médico que miente buena salud y otro que denuncia mi grupo sanguíneo, lo que me llevó dos días de hacer cola para pedir un turno, una mirada anteojada y displicente y un pinchazo en el dedo índice; una partida de nacimiento perdida y nunca encontrada que mandé a rehacer de puño y letra del colorado Raimondi; el diploma de la secundaria que fui a buscar hace un par de años y que recibí entre aplausos, palmadas, abrazos y besos; dos folios tamaño oficio, porque cuándo sino al tiempo de la inscripción puede la facultad demandar de los alumnos algún útil de oficina; el formulario de inscripción propiamente dicho: yo quiero ser letrado, letrado quiero ser...

Pero el otoño de a ratos deja de ser una amenaza y dispara el alerta naranja titilante en el cielo -aún más naranja por las noches- que de a poco empieza a venirse abajo.
La precipitación se adivina apenas uno levanta la vista y se encuentra a lo lejos con algún nubarrón que se deshilacha, y uno más, y un tercero cada vez más cerca.
Garúa, llovizna y por fin llueve.
Todo lo veo desde una mesita del bar Exedra mientras me llevo a la boca un escón del tamaño de un dedal
Me aburro del agua que cae, de los chispazos sobre el pavimento, de las señoras que corren con bolsitas de supermercado, de los ceños fruncidos de los oficinistas que olvidaron en casa su impermeable, de las botamangas embarradas de los que se bajan del colectivo, de la puteada que el señorito de pantalón gris le echa a una camioneta que acaba de empaparlo desde la nuez hasta los tobillos.

Vuelvo al diario. Hoy puede ser un gran día, planteateló sasí: en el amor evite los efectismos y acapare su atención con otras artes, dinero nunca habrá así que yo, en su lugar, a la salú se la lleva el viento y ojalá que llueva café en el campo, que cuatro y media me cierra la facultad y para qué cuernos me maté por juntar todos estos papeles si cuando llega el día de cierre el aguacero me deja a pata.

Por fin! Se calló la lluvia. Ya no hay nubes sino que el celeste con arrebatos en rosa hacia el horizonte brama enfurecido aunque a mí no me alcance para escucharlo, porque sigo del lado de adentro, mientras espero que el agua termine de caer de los techos, corra por las cunetas y vaya a dar a las bocas de tormenta.
Mozo! Otro cortado.
El cielo es de cristal. Por eso a la primera rajadura -que no alcancé a ver- le sigue un desfile de puñales helados que busca la humanidad arrechuchada de los peatones, que antes de reaccionar están cortajeados, malheridos, mutilados y brazos por un lado y piernas por otro corren cómo pueden porque nadie tiene ganas de morirse fuera de su cama.

Los restos de lana, poliester y cashmilon y los grumos de la sangre le cierran los atajos a la corriente que, perdida por perdida, va en busca de la paz, del bajo, del río y del fondo de la tarde nace un apagón: el sol se ha caido del soporte celestial y crece al oeste una gruesa columna de humo. Ahora mismo arden las ovejas, la peonada, los pastizales, el casco de la estancia de Benetton, el excelentísimo señor gobernador y toda su comitiva, los convoyes que circulaban por ruta 25, las norias, el escondite de Butch Cassidy, los puestos de campaña de vialidad provincial, la aldea escolar de El Escorial, los notros, los maitenes, el centro de deportes invernales, el correccional de menores, los choiques, hidroeléctrica Ameghino, las gamelas de Colonia Sarmiento, la cosecha de cerezos, los mangrullos, la tropilla de Quiñihual, el libro de actas del juzgado de paz de Blancuntre, la casa de té galés que visitó Diana Spencer, el hueco mismo que reina en las alturas se afeita las alpargatas con el lengüetazo nacido de la entraña misma de la tierra sin nombre.

Y ahora que todo se viene acabando nada quisiera más que ir a Santa Isabel, la más olvidada entre las playas al sur de la boca del río y a sus piedras coquetas, suaves a la mano y a la geometría, cementerio de estrellas en fuga que se ablandan al roce con el aire sucio de nuestro aliento.

Comments on "Ultimas de Trelew"

 

Anonymous Anónimo said ... (10/3/06 15:51) : 

Gracias Jorge, el mejor de los mejores regalos del día de hoy que puedan confesarse. Me lo llevo. Me lo guardo. Un abrazote y besos en el morro.

 

Anonymous Anónimo said ... (10/3/06 15:55) : 

recuerdo esto: en la esquina de mi tarde hay una confitería Exedra. pero allí se juntan los yiros.

 

Anonymous Anónimo said ... (10/3/06 18:08) : 

excelente!

 

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