Jade May Hoey

1974-2004

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9.3.06

Antesala

Ayer se fue radiante. La acompañé un poco más allá de la puerta pero no mucho, a ver si por los alrededores andaba aquel que te dije, que después tira la bronca y empieza a fastidiarme por teléfono y no es que alguna vez no me gustase hacerlo rabiar, pero ya no, ya estoy un poco cansado. Necesito echarle menos sal a la comida.
Los hijos, me contaba, son hermosos pero llega un punto en que te cansan y te vienen unas ganas furibundas de hacer así con la mano y que no estén por un buen rato, hasta que se te pase, y decís pucha, hacerte madre a los veinticinco (esposa, vaya y pase), justo cuando se tensa la soga que te ata a la juventud y todo te da vértigo: empezar a pagar las cuotas de la casa y de un autito para que puedas moverte y trabajar y hacer vida social y mantener encendida la llamita piloto de la carrera, aunque más no sea de a una materia por cuatrimestre, pero en su hermosura son demandantes y cuando te querés acordar empienzan las pequeñas rencillas hogareñas porque al padre también lo tomó un poco a destiempo esta visita que vino para quedarse y como quien no quiere la cosa comienza a despegarse de las cosas que antes hacíamos juntos y la cabeza te empieza a dar vueltas y más vueltas, vos entendés. No, qué vas a entender si sos hombre como él y encima no tenés hijos. Estás en una etapa que no valorás, pero ya vas a ver lo que es. Sí, a vos no te hablo, no pongas esa cara, que todos piensan que nunca les va a llegar la hora de sentar cabeza.
Y sigue hablando y me dice que por ahí estoy a salvo, que tener una criatura no es tan grave para el padre, que puede seguir igual de Adonis que siempre, mientras que la pobre madre tiene que lidiar con las estrías y las várices y un par de talles menos en el corpiño que aunque no lo quieras, aunque te pongas desde mucho antes en el plan de pensar que no, que a vos no te importa, una mañana te mirás en el espejo y decís cuánto tiempo ha pasado sin que haga nada por mí y en eso viene el grandecito, que ya aprendió a caminar, y te cuenta de su capricho nuevo, mientras no te suelta la pierna, la niñera no viene y se hace un poco tarde y hay que llamar al trabajo para avisar y antes de hacerlo te empieza a comer la cabeza el hecho de saber que esa tarde vas a llegar una hora después, quién sabe si no dos.
Por eso la acompaño, para que se sienta escuchada por alguien y un poco más le daría el brazo para caminar esa media cuadra juntos sin que haga falta decir más cosas, pero es mejor que no, que siga contándome, o que hablemos del tiempo, de los antojos con que aparece el adjunto a la mañana, como que comiera mal en la casa y viene a desquitarse con nosotros que ninguna culpa tenemos de que tenga que soportar a una gorda con ruleros.
Pero ya son las menos cuarto y hoy no ha venido ni ha llamado y crece dentro de mí la inquietud de que le haya pasado algo porque quien la conoce un poco sabe que nadie es tan responsable como ella y no se le ocurriría dejarme solo justo hoy que es jueves y tenemos que preparar todo para mañana, que es el día de pago a proveedores. Tal vez sea eso: me aflige tener que sacarme de encima la parva de papeles que no deja de aumentar sobre mi escritorio y se vuelve abanico y dentro de un rato tal vez aparezcan más cosas y más urgentes y el teléfono y los caprichos del jefe que come mal en casa o en una deesas sale a comer afuera, vuelve tarde y se sorprende de que la gorda de ruleros lo esté esperando con la mesa servida y un sermón a punto de caramelo.
Va a venir, yo lo sé, pero me tranquilizaría por una vez que sonase el teléfono y del otro lado esté ella para decirme que sólo se trata de un contratiempo: pinché en medio de la ruta, pero acaba de llegar el auxilio y en media hora...
... y en media hora pueden pasar tantas cosas, sobre todo si ella no llama y las facturas impagas no dejan de amontonarse y no tiene el menor sentido que trate de ordenarlas primero y empezar a tramitarlas, de a una y despacito porque estoy al borde del ataque de nervios, y acomodarme a que hoy será un día demasiado largo y puede que sólo logre acortarlo si evito volver a su sitio los legajos o almorzar largamente como me gusta hacer.
Hay ruido de pasos en el corredor, una voz apenas perceptible que parece hablarle a otro. Trato de no prestarles atención. Suena el teléfono. Alguien dice buenos días.

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