Jade May Hoey

1974-2004

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29.5.05

pause

Sé que quizás no deba decirlo, que lo correcto sea preservar de la luz lo que según dicta la regla ha de mantenerse dentro de lo privado pero la mano viene de sequía. No es que falten las ideas; esas se consiguen un módico precio en cualquiera de los libros que esta noche no tengo ánimos para abrir. Tampoco le cabe la responsabilidad a la falta de complicidades: como quiera que sea, este trajinar me ha premiado, a falta de víveres, del consuelo que me aporta la caridad de algún benefactor. Siempre habrá alguno que me extienda la mano, que estire los ojos para mirar por el hueco de la cerradura de una puerta a la que nadie ha echado llave. Es otra cosa: tiempo para mí, eso es lo que no tengo.
No reconozco como amores más que a aquellos que se regoden en la imposibilidad, no doy nada de mí sino a aquél a quien sospecho le pasa cada tanto por la cabeza la idea de traicionarme. No tengo para mí otros proyectos que los que me reclaman para su concreción la vida entera, la única que tengo, la que no se paga ni con un millardo de pesetas, la que no vale nada a juzgar por lo poco que como y lo mal que me visto.
De modo tal que estoy metido en camisa de once varas. Estoy a merced del segundero que no deja de correr y de un puñado de conceptos maulas que no quieren meterse en la caja que con tanto ahínco les preparo.
Si digo que ya vuelvo, no me crean, pero algo de eso hay.

22.5.05

Se equivoca el eco

[ uno ]


Debí escribirle una apoteosis de reproche y no lo hice. Esa noche el sueño se me entregó después de una lucha sin cuartel. Hasta donde puedo entender, ella me provocó. A algunas mujeres les gusta como soy cuando me enojo, entonces me tiran la lengua mediante recursos arteros. Para ellas, y para todas las demás, siempre suelo tener una palabra, sino la más justa, la más insultante, y santo remedio, pero esa incontinencia ha enojado a mi madre, demasiadas habladurías para un tipo de tan corta estatura.



[ dos ]


Cómo estoy, qué sé yo, la brevedad nunca ha sido mi fuerte y en este preciso instante qué no daría por tener mucho que contar, pero con sinceridad debo ratificar la impresión que te llevaste de mí hace varios meses: a mí no me pasa gran cosa más que contar las cosas que a otros les pasan. Además, de dónde es que viene ese interés por saber de mí si no hace unas pocas semanas que charlamos y al pasar omitiste decirme que te casabas, y así, de una, te mandabas a mudar. No hay derecho. ¿No me estarás confundiendo con algún otro señor?



[ tres ]


¿Y yo quién soy?



[ cuatro ]


Soy el padre del pibe del puesto de diarios. Toda la gente que se arrima por acá no tiene bastante con su propia vida, entonces le da por meter su nariz en los asuntos de otros, tan previsibles como ellos, qué duda podría caber, sólo que una cierta casta social está bendecida por la varita mágica de los periodistas, de suerte tal que cada uno de los episodios de la vida de los elegidos puede convertirse en un acontecimiento. Todo pasa afuera menos esto: vivir de las sobras de lo que otros viven, aquí una foto de la princesa, allí una editorial del ministro, más allá una crónica policíaca. Nada habrá digno de perdurar. Tanto como que mañana estos mismos que hoy me preguntan cómo estoy y se llevan un diario, preguntarán cómo estoy y se llevarán un diario.



[ cinco ]


Así como las mujeres tienen el derecho de no ser miradas hasta guardar el decoro que les da el arreglarse un poco, los hombres no deberíamos permitir que nadie nos observe mientras estamos trabajando. Y que lo diga yo, que si la fortuna me entrega algún párrafo bien parido no puedo detener las lágrimas y en cuestión de segundos accedo al desconsuelo del viudo cuando es joven, aflojo el nudo de la corbata y recojo las mangas de mi camisa como si estuviese a punto de tomar una decisión que tuerza el destino de la humanidad, pero no, es nada más acomodarme al estado de gracia tal que el gato cuando busca el mejor sitio para dormirse.



[ seis ]


Ella me vio sin entender demasiado. Yo me enjugué las lágrimas con la camisa, soné sin parsimonia la nariz y volví a sangrar.

20.5.05

bloodmary

[ I ]


Debí cortar abruptamente la comunicación. Tal vez le decía algo que lo esperanzó cuando tuve de nuevo una hemorragia nasal. Se ha prolongado tanto este resfrío que ya me provoca lo que un huésped no deseado: la tentativa de indiferencia derrapa y lo trato con insolencia, como si alguien del otro lado me escuchase y pudiera tomar de inmediato alguna decisión que me conforte. Nada. Bronca y más bronca. Florencia me ha dicho que quizás me sienta presionado por alguna cosa y esa tensión es la que. Pamplinas, ¿presionado yo? Vamos, si me dedico a lo que me gusta y en una cantidad tal que apenas hago tiempo para dormir. Si he dejado atrás los ruinosos años en que no tenía trabajo y para más participo en varios foros comunitarios que me reputan un profesional prestigio y desinteresado. Sí, justo yo.



[ II ]


-Florencia!, dónde estás, carajo. Traeme un pedazo de algodón que me desangro.
Y pensar que el momento previo tiene algo del orgasmo, es como un moco tibio, urgente, que arrasa levemente con lo que encuentra a su paso, un moco que se manda si tocar timbre y a la primera gota que notamos en el espacio exterior se desatan todas las señales de alarma. Instintivamente la mano busca el bolsillo trasero del pantalón. La cabeza hacia atrás y el pañuelo hecho una porquería.
Esos detalles vienen debajo del brazo de un instinto de urbanidad que a duras penas forjamos en los tiempos de arenero y peladas las rodillas. Qué fácil gritar, qué hermoso hacerlo de nuevo.
-Florencia!!!



[ III ]


El leve y tibio torrente se avino sobre el papel más importante, sobre el remanido pañuelo, sobre el puño de la camisa y ante nuestros ojos su majestad, la sangre, lo sublime, en letra de Burke, postraos, bestias. Que me traigan al mejor de los pintores, a ver si de su paleta se cae un color semejante, manga de ladrones.
Inexorablemente la recuerdo, también tibia, también urgente, aficionada aquellos juegos que desataban mi horror, un perro que ladraba, los cuchillos, austeramente oscura, la muerte, nunca entendí que prefiriese el olor de los hospitales, que no se diera vuelta para decirme de nuevo adiós.



[ IV ]


-Demasiado tarde, madre.
-No hay algodón, Jorge, la caja chica de la semana no alcanzó para nada.
-Ya sé, no me digás, tenés razón, la vida es una herida.
Miramos el pañuelo inútil y rompemos a reír. Le quedaría bien sonreír, pero a ella no le fue concedido el don de la moderación, entonces el ser comprensivo que guardamos dentro los animales se contenta con eso, una risa asexuada, ligeramente incómoda, con gusto a cama que se queja.
-Hay que cambiar el foco de la escalera. Ya no entra claridad por los tragaluces, estamos en invierno.
-La escalera también es una herida absurda.



[ V ]


Al invierno habría que cortarle las alas, a María, sugerirle que deje de llamarme, a Florencia, un café.

17.5.05

I prefer not to

[ uno ]


Sonó el teléfono. Días hay demasiados, pero como éste, de esperar tanto un llamado, una palabra, un recuerdo, son pocos. Tirito, estoy echado a mi suerte y encima el invierno que le gana la batalla a todos los burletes. Será posible que sea justo el Ruso, qué podría querer. Debe andar necesitando algo, yo sabía que más temprano que tarde vendría al pie. Tanta gente hay en mi pasado que es así, viene como un fantasma escapado del medioevo para hacerme planteos absurdos. El hastío son todos ellos juntos, compañeros, socios, novias abandonadas y abandonantes, patrones, publicanos. Todos quieren algo de mí, algo que no tengo y quizá nunca haya tenido, pero es la marca de este tiempo mío: todos corren detrás de algo que no está y yo con los brazos cruzados contra el pecho que todavía late.



[ dos ]


Es mucho el tiempo que pasó sin noticias de él. Demasiado atrás habían quedado las tardes en el Centro Cívico, cuando éramos la fuerza de choque del incipiente partido socialista. Tiempos dulces aquellos, asoleados, sin edredón, sostenidos por unas ganas hacer cosas demasiado grandes para este pueblo que nunca dejó de ser un pañuelo. Unos pocos meses de trabajo y ya habíamos montado una fantasía de contenidos ideológicos que rompía los ojos en panfletos, en la historia que nos inventamos, aquellos domingos peleando a muerte un voto por mesa, siendo los parias de la política partidaria, pero joder!, era nuestro negocio.



[ tres ]


Un día reclutamos a Vanesa. No sé si fue él o fui yo, el caso es que durante muchas rondas de mate competimos por ella con derroche de pasión. Nos peleamos en todos los terrenos posibles, de la valentía Lisandro de la Torre a los lobos de Boris Vian, de los cabezazos de la chancha Rinaldi a las defecciones de Jon Lord, de la cara de Marlon Brando al idioma creado por Xul Solar. Pese a mis bríos de borrego ganaba siempre él. A la erudición no se la derrota con arrebatos de adolescente mal criado, pero aprendí lo que mi padre nunca fue capaz de decirme: el fútbol no es corazón y pases cortos; la literatura tampoco.



[ cuatro ]


El se dedicó a escribir. Por lo que tengo entendido no le va tan mal. Hay otros escritores que hablan de él, y hasta he visto su nombre mezclado entre muchos otros que se proponen como los escribas de la nueva historia. Yo no puedo ocultar una mezcla de sensaciones: por un lado se me hace cuento que alguien lo considere cuando en realidad escribe mucho peor que cuando yo lo conocí, pero es de mucho mérito pelear por un lugar cuando no se tiene con qué. Está claro que hablo sólo de lo literario, porque si hay algo que nunca le faltó fue esa cara de mármol, esa ansiedad por bajarle los dientes a los molinos de viento. Si yo fuera como él seguramente seríamos socios, montaríamos polémicas infundadas y quién sabe si no fingiríamos retarnos a duelo en algún callejón con tal de acaparar la atención de los distraídos.



[ cinco ]


Siempre pensé que lo que nos separó fue una pura cuestión ideológica: fines parecidos, disparidad de medios, pero toda la culpa fue de Vanesa. Ella lo prefirió y a mí no me dio por buscar revancha. A pesar de lo que dice la partida de nacimiento yo soy mucho más viejo que el Ruso y abandoné pronto los ideales libertarios y las prácticas desleales para quedarme con las caderas más codiciadas del movimiento. Yo secretamente la había conquistado, pero algún escrúpulo que no quiero comprender la puso de aquel lado de la vereda. Mejor así, pensé, y me las tomé.
Desaparecí de la vida política del pueblo y él se quedó con todo, hasta con el mote de «el escritor de la ciudad». Jamás me permití el rencor, pero alguna vez me desperté con la idea de evitar llamar a su puerta. Con tipos así no comparto ni una cerveza. Bueno, las caderas más codiciadas del movimiento no figuraban en ninguna cláusula de ese pacto no escrito. De modo que esporádicamente comí de su plato y con mayor razón me llamé a la clandestinidad.



[ seis ]


Dejé de escribir panfletos, pero no viñetas. Tengo unas ochocientas carillas escritas, quizá unas veinte valgan la pena, pero nadie sabe de ellas. No está mal. Me han dicho que el sinvergüenza anda armando una editorial. No me costaría nada mingarle que me publique una docena de relatos, a ver qué pasa. Pero mi equilibrio interno ha inclinado la balanza: prefiero estar lleno de borradores amenazantes antes que deberle favores a Mandinga y a María santísima. Sólo el Ruso podría sospechar que guardo un arsenal en el cajón de mi escritorio. ¿Me llamará por eso? ¿Alguien habrá puesto en evidencia a su mujer adúltera?



[ siete ]


Eh, Ruso, cómo andás, yo ahí nomás, echado a la marea que se empeña en no llevarme a ninguna parte, así que por fin copaste el suplemento de cultura del diario? No esperaba menos de vos, siempre preferiste ser cabeza de ratón, ¿no? Te agradezco mucho las buenas intenciones pero en este momento no estoy en condiciones de aportarte colaboraciones, más te digo: hace años que no me compro un disco de rock. De algún modo he recorrido el camino que habían pronosticado para mí. Probé el tango y por ahora es una decisión inamovible. Por lo demás, vivo lleno de urgencias. Papá que se muere y no me deja tiempo de mostrarle un logro que lo haga feliz. Sí, ni el tiro del final.

16.5.05

Curso de agua

[ uno ]


-¿Qué somos?
-Arroyos.
-¿Qué somos?
-Arroyos.
-¿Qué somos?
-Arroyos!


[ dos ]


Para ser el saludo entre un recién llegado a las arenas de la docencia y sus alumnos no está nada mal, aunque ellos son víctimas de un engaño un poco tonto. Despertarán de él a poco de finalizado este curso y todavía estarán a tiempo de dar los virajes bruscos que pudieren hacer falta. Yo no me sentiré culpable por ello. En todo caso, durante los años que vengan me veré en la obligación de adentrar a otro grupo de muchachos en los tembladerales del pensamiento. No faltará alguno que reproche el saludo ardidoso. Quizá me limite a decir que nosotros buscamos preguntas; de respuestas baladíes está empedrado el camino a los infiernos.
Pero dar clases es enfrentarse a una inecuación. Ellos responderán a la provocación como yo se los pido, pero siempre late la chance de una rebelión. Esa chance es el nudo en mi pañuelo, la estratagema para mantenerme en vigilia.

[ tres ]


Lo que digo es que, en tanto arroyos, todos somos formas extremadamente dúctiles para soportar dificultades, que está en nuestro seno la vocación de recibir afluentes y llegado el caso serlo.
Lo que callo es que venimos profugados del cielo. La única fe que nos es dado profesar es la de la huida. Buscar lo hondo y sin embargo no detenerse: he ahí un par de claves.


[ cuatro ]


Por una vez voy a estar de acuerdo con Deleuze, o quizá sea mejor decir que entendí y me gusto un párrafo de Deleuze. Dar clase, decía, es como dar un concierto de rock. De inmediato me acordé de las bandas más que elementales que conocí en mi adolescencia. No sabían lo que era una nota musical. Por un lado, en papel cuadriculado sólo unas anotaciones en números, referidas a la música, y por otro, el lado fuerte, unas letras sin demasiado vuelo poético pero con la ferocidad de los perros chúcaros.
No se trataba de ensayar las canciones sino de aprenderlas.
La intensidad de la ceremonia convocaba a la brevedad. No era gran cosa el repertorio pero el temblor de las rodillas informaba la presencia de un abismo entre lo que hubo de vida y lo que habrá, la imposibilidad de repetir ese instante.
¿Entonces quién celebra a quién?


[ cinco ]


No siempre ha sido así. Mi primera vez no fue por un sueldo sino por hacerle un favor a mis antiguas profesoras. Una charlita, para los chicos del último año, cóntales cómo es la universidad, qué me podía costar. Las quince cuadras que median entre la escuela y mi casa bastaron para llenarme de preocupaciones.
En qué tono hablarles.
Mirando el país que hay y tratando de buscar algún detalle que sea digno de los futuros libros de historia, el ayer y el hoy comparten el inocultable deseo del advenimiento de un mesías. Eso mismo se predica en las escuelas, no ya en los contenidos que mejor deberían llamarse vacíos, sino en la práctica cotidiana, en la canilla libre para la modorra que el profesorado se encarga fomentar.
Entonces me paré ante nadie en particular, un nadie de 17 años, y lo único que supe decirle es que el mejor ocaso es el que nos toma caminando hacia el poniente, apretados los dientes, tensa la yugular.
Van los doctos y los legos, van los artistas y los cipayos, todos detrás de algo, no delante.

[ seis ]


Y al pie del faro que declina derrame su víscera el traidor.

13.5.05

El país del dominó

1
Uno de los principios fundamentales de la república es la publicidad de los actos de gobierno. De un tiempo a esta parte, el incremento de las funciones estatales y la masificación de los medios de comunicación, han parido un nuevo régimen de gobierno: el gobierno de los gestos, de los golpes de efecto.
Las reuniones se han reducido a la mera foto. Los ministros no responden a los periodistas para dar idea de trabajo. Los elementos disconformes (que existen en todo gobierno) sacan a relucir versiones que, fundadas o no, sin demora alcanzan los primeros planos.
En consecuencia el resumen de la acción de gobierno es lo que sale en un diario. Si el presidente no se expide públicamente sobre algún tema el estado está ausente. No importa demasiado que la verdadera ausencia se manifieste en el demérito en el cumplimiento del magno cometido estatal.
Por ello, a mí no me extraña demasiado una sucesión de noticias, una más penosa que la otra, que satisfacen los requisitos del efecto dominó.


2
El intérprete de la voluntad del pueblo, el parlamento, cumple durante 2005 con un año sabático. Los 257 diputados están divididos en más de 40 bloques, lo que dificulta que la Comisión de Acción Parlamentaria acuerde los temarios a tratar. Por suerte, a fin de año se renueva (bah, hay elecciones) y quizá la nueva repartija de escaños acomode un poco las piezas y facilite la consecución de los consensos básicos.
Entretanto, al día de la fecha, ha sesionado cinco veces durante este período. Sólo aprobó una iniciativa legislativa; en los demás casos se aprobaron los proyectos impulsados por el ejecutivo.
Con temporadas así no cuesta demasiado entender las razones por las que en la última sesión legislativa del año pasado, junto a decenas de otros proyectos, se aprobó sin debate alguno una ley para acelerar los plazos de prescripción penal. Esto sirve para apurar los tiempos de la administración de justicia dijeron sin rubor los promotores de la idea. Esto es llanamente una amnistía salvaje se le escuchó decir a algún trasnochado.
El hecho tomó estado público tres meses después y el poder ejecutivo se rasgó las vestiduras teatralmente ante las fundadas sospechas de nauseabundos pactos entre gallos y medianoche.


3
Un ex presidente (de un mal gobierno democrático, según sus defensores; de un gobierno de facto, según el criterio del suscripto) de gestión incalificable, profugado del sillón de Rivadavia a la mitad de su mandato, hoy se declara asfixiado en lo financiero y reclama el haber que según la ley le corresponde por haber ejercido la primera magistratura, aun cuando su inacción encarnara el conservadurismo más recalcitrante en la piel de un tipo afectado en sus facultades mentales.
No aporta nada al análisis anotar que este buen hombre percibe hoy mismo una jubilación que decuplica la de más de dos tercios de nuestra cascoteada clase pasiva -o cuadruplica la media salarial de la clase activa ocupada-, que accedió al beneficio a los 52 años, por 30 años de aporte a la caja del estado porque nunca vivió de otra teta.
Podrá corresponderle, yo no estoy en condiciones de aventurarme a decir lo contrario, pero lo mínimo que se le puede pedir a un tipo de bien que cometió errores es que se aparte del camino. Para qué meter el dedo en la llaga de un pueblo que todavía no ha cerrado heridas mucho más añejas. Por qué no guardar la compostura que supo fingir durante tanto tiempo y al menos tener la decencia de no estorbar.


4
A tenor del preámbulo de la constitución nacional, nos jactamos de vivir en un país que asegura los beneficios de la libertad a todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino.
Un juez de la nueva corte, excelente docente y jurista, que dicho sea de paso prefirió no pagar la deuda que en concepto de intereses tiene con el fisco nacional por considerarla usuraria (!), no oculta profesar la fe de aquel pensador francés del siglo pasado predicó hasta el hartazgo que nadie tiene el derecho de juzgar a nadie.
Todavía no hace una semana del extraño concepto vertido por otra recién llegada a la cumbre del poder judicial. A juicio de esta señora, el sistema penitenciario federal saldría de su actual estado de colapso si se dejara en libertad a quienes están encerrados por mera precaución legal, reservando el calvario para quienes hayan sido condenados. Esto implicaría que cualquier sujeto detenido en pleno acto de delinquir pasaría en libertad todo el tiempo que se tome la administración de justicia en dictaminar en su caso.
Fue una afirmación a la pasada de quien prepara el terreno.
María Julia Alsogaray, Omar Chabán y todos aquellos que estén en situación de abonar suculentas cauciones reales, tienen todo el derecho de caminar a la luz del día, igual que cualquiera.
Este es el caro precio de la libertad.


5
La justicia no es cosa de hombres. Ya deberíamos saberlo. Pero una de las pautas que hacen al estado de derecho, es decir éste, el que elegimos vivir, atañe a organizar instituciones que protejan la convivencia. Pretender el «a cada uno lo suyo» no es siquiera un horizonte. Pero cuando el estado incumple de tal modo sus deberes, el desamparo nos transforma en animales amenazados. Cuando la legalidad se aleja tanto de la moralidad, nadie puede exigir respeto por las instituciones. Cuando un juez falla conforme de a la ley que redactó un pusilánime, provoca que la desazón popular se troque en violencia. Entonces no es que seamos las piezas de un juego de iniquidades sino el combustible del fuego que no ha dejado de arder.

5.5.05

There are more things

Aquello que entendemos y amamos nos entiende y nos ama también. Yo ya no era yo,
era otro, y precisamente por eso otra vez yo. A la dulce luz del amor, reconocí
o creí deber reconocer que quizá el hombre interior sea el único que en verdad
existe.

R.Walser, El paseo.


[u n o]

No me fue dado estar un lecho de muerte más que una vez. Se trataba de un hermano de mi padre y yacía en mi cama. Esa última mañana, no supe nunca por qué fuerza, me atreví a entrar en ese cuarto, que era el mío (lo repito para convencerme), y hasta entonces era un escenario idóneo para mi náusea cuando no para mi exacta tristeza. El enfermo era un pobre tipo, casi ciego, casi loco; mi madre lo cuidaba con el fervor que sólo se destina a los bebés. Mi padre tampoco podía entrar a ese cuarto. Otras razones tenía él, una perversa cruz lo sentenciaba a volver siempre al punto de partida, a escasos metros de su hermano, hasta purgar su culpa última.

[d o s]

Alguna vez me lo he reprochado, pero ahora que soy un viejo me asiste una vespertina claridad. Ninguna sabiduría como la de natura. Es mucho peor oír el horror que verlo. Por eso casi de un torpe plumazo nos despoja de la memoria auditiva, alcanzando en la volteada incluso a las voces que gustosamente atesoramos en recámaras de celofán. De allí que nos quedamos con algunas frases brujas, ya carentes de música, escritas en una misma hoja, todas encimadas y cuando nos da por poner alguna de ellas en la boca de alguien nos sentimos sordos, huérfanos.


[t r e s]

Sólo por hablar con nombres propios diré que las voces de las muertos se van solas, para siempre, en cambio la imagen queda. Por eso es sana costumbre de nuestra gente, llegada que fuera la hora amarga, lavar la piel y el recuerdo del difunto, rogar a los dioses que protejan el alma errante y ocultar el cuerpo bajo el polvo.

Hablo de la estrechez del mundo y no de otra cosa, estrechez que a la que adeudo que ese mundo quepa en la oscuridad de mi caja craneana. Hay otras cosas, por supuesto, pero es de hombres enamorarse de la luna y saber que nunca la bañaremos en leche. Es de hombres la perplejidad ante la puerta y la supersticiones.

[c u a t r o]
Asumir la pequeñez humana a una edad muy temprana es un acto de fe y aunque parezca ridículo el milagro pude venir de una cachetada oportuna, de un rezongo de alguien que dice: estúpido, hay más de lo que nunca puedas saber.

Antes de irse, el loco habló. Sin abrir los ojos -era en vano- se dirigió a mi madre para rogarle que cesara en sus buenos oficios. Al pie de la cama yo notaba que la realidad sensorial se estaba yendo de ese cuerpo estéril. Sin embargo, sus últimas palabras se grabaron en mí con letra de fuego: -Yo ya estoy muy bien.

4.5.05

Sleepy beauty

Me escribe una amiga que quiero mucho, una que coseché por ser bloguero y por perro fiel durante estas temporadas. Me cuenta que un bloguero ha muerto, uno en particular, no cualquiera; uno que no estaba entre mis amigos, uno que yo nunca leía, uno que yo sentía distante en más de un sentido. Leo y releo la carta y me pongo más triste cada vez. Me pregunto por qué, si después de todo había más de un océano en el medio y yo nunca... Pero como bloguero ya he sentido alguna vez que hay algo que late del otro lado, algo que late de a ratos en gruesos borbotones y después pasa a ser un delicado hilo que amenaza cortarse, un cordón umbilical que nos amarra a los escribas a ese otro mundo, el de la gente de verdad. Y me pasa que tengo la suerte de haber hecho muchos amigos con el blog, casi todos viven lejos, casi nadie sabe de mi mal aliento cuando me levanto o de mi impericia para planchar camisas. Si algo nos ha reunido es eso otro, leernos, meternos en otras vidas por la ventana, dejar que hurguen un poco en las nuestras, vacías, huecas.
Si yo me muero mañana, hay veinte tipos repartidos en todo el globo que capaz que ni se enteren y se enojen sólo por la realidad de la pantalla clavada en un mismo texto, las mismas palabras inmundas por toda lápida. Por eso, por los delgados lazos que median entre la realidad y estos dedos que escriben es que hoy he muerto un poco. Lo de siempre: uno que no aprende a vivir y resulta que ya es hora de.
Un abrazo a los amigos y a los lectores de Gustavo Pesoa.